Muchas cosas que hoy en día nos parecen evidentes y
obvias, no hace tantos años eran consideradas herejías. Aquellos visionarios
que afirmaban que la sangre circulaba o que recomendaban lavarse las manos
antes de realizar una cirugía, eran llevados a la hoguera. Una hoguera no
siempre figurada. Algo parecido sucedió cuando los primeros anatomistas
comenzaron a estudiar el cerebro.
El interés por nuestro cerebro comenzó hace mucho
tiempo, tanto que para su rastreo se hace necesaria la investigación de
antiguas momias. Es relativamente común encontrar en los museos arqueológicos
de todo el mundo momias con perforaciones en el cráneo, muchas son producto de
accidentes y agresiones, pero otras corresponden a restos de arcaicos
tratamientos.
Esos agujeros craneales, conocidos como
trepanaciones, eran realizados con el objetivo de curar afecciones en la zona.
Tomás González, catedrático de Anatomía de la Universidad de La Laguna ,
asegura que “seguramente estas perforaciones se realizaban para aliviar
intensos dolores de cabeza como las migrañas”. Hoy en día no sabemos si estas
contundentes intervenciones curaban al malogrado paciente, lo que es cierto es
que, según el Profesor González “a pesar de las condiciones de higiene, algunos
de los intervenidos sobrevivían a la rudimentaria operación, , se ha podido
observar como el borde del hueso del cráneo a cicatrizado, signo inequívoco de
que el paciente sobrevivió, al menos un tiempo, a la trepanación”.
Después de estas aventuras neurológicas
prehistóricas, el primer hombre que observó el cerebro desde un punto de vista
más analítico fue Galeno de Pérgamo nacido en Turquía alrededor del año 130
d.C. Este médico observó el cerebro y dedujo que era el responsable de muchos
procesos como el habla , la memoria o el movimiento.
Estas enseñanzas imperaron como preceptos durante
casi mil años, prácticamente nada se aportó, nada se descubrió durante un
milenio. Tendrían que llegar los vientos frescos del Renacimiento para observar
avances en el estudio del cerebro. El belga André Vesalio, rompió con mil años
de estancamiento y estudió el cerebro como nunca antes se había hecho, no en
vano es considerado el padre de la anatomía moderna.
“Sin embargo, en aquella época imperaba la teoría de
los neumas. Creían que el cerebro funcionaba neumáticamente gracias a un
circuito de tubos, bombas y
pistones y aunque se hicieron en esa época grandes y minuciosas disecciones del
cerebro no fueron capaces de averiguar las claves de su funcionamiento”. Hasta
ese momento se creía que el origen de los sentimientos residía en el corazón.
Observaban, no sin razón, que la alegría, la euforia, el miedo o la tristeza se
reflejaba en los latidos de nuestro corazón, de ahí que ilustres científicos de
la época defendieran que todos ellos nacían del músculo cardiaco. Incluso hoy
en día identificamos el amor con un rojo corazón, cuando lo correcto sería
representarlo con un cerebro gris.
No sería hasta el siglo XIX cuando se comienza a
identificar y relacionar funciones con regiones cerebrales concretas. “Con
algunas se acertó, por ejemplo desde hace más de cien años se sabe que la
médula espinal era el origen del movimiento y los reflejos y al cerebelo se le
identificó con la función de coordinación y equilibro”. Sin embargo este siglo
de avance científico y esplendor trajo otras teorías mucho más irracionales. A
final del siglo XIX se impuso la idea de que el tamaño y peso del cerebro eran
una característica de la inteligencia, a mayor peso de la masa encefálica mayor
inteligencia. Si tenemos en cuenta que el cerebro del hombre suele pesar más
que el de las mujeres podemos hacernos una idea del impacto que esta teoría tuvo
en la sociedad de la época. Aun así, fue una idea que campo a sus anchas
durante muchos años. Esta hipótesis de volumen y peso convivió con la idea de
que la forma del cráneo determinaba la personalidad de las personas. De esta
manera, los individuos con la frente hundida y grandes pómulos eran, según esta
suposición antropológica, propensas al delito.
Poco a poco, las ciencias neurológicas siguieron
avanzando y profundizando en el conocimiento de nuestro cerebro hasta llegar a
las nuevas técnicas de neuroimagen de hoy en día, donde no sólo podemos ver la
anatomía del cerebro, también lo podemos ver en funcionamiento. Los
investigadores pueden observar el cerebro mientras realizamos tareas como hablar,
recordar, o escribir, de este modo pueden ver que áreas cerebrales se activan y
se desactivan como lámparas que se encienden y apagan.
Aunque mucho hemos andado desde las pesquisas de
Galeno, nos queda un largo recorrido por andar, según el profesor Tomás
González “ No sabemos como funciona el cerebro, conocemos el funcionamiento de
una neurona, como se conectan, pero desconocemos como funciona el cerebro en
bloque. También nos falta conocer cuales son las bases orgánica de las
enfermedades psiquiatritas y descubrir como son los procesos que degradan las
neuronas en las enfermedades degenerativas.”
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